Tuvo que mediar en una guerra
En mi ya mediada vida como atlético me sucede con los árbitros como a Roy Batty en Blade Runner. Ya saben: "He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir". Yo he visto a Guruceta y a Urío (¡al río!), incluso anularle un gol a Perea en un derbi en una acción que, de penalti claro y tanto legal, mutó a fuera de juego inexistente por arte de birlibirloque. Pues bien, como las naves y los rayos, todos esos momentos se perderán en el tiempo. Pero Babacan no. Babacan es eterno.
De niño, escuchaba a mi padre repetir el nombre de dos enemigos mitológicos, seres cuya mera mención me daba pánico: Schwarzenbeck y Babacan. No tardé en ver con mis propios ojos los pecados del primero. Mejor ni hablamos de ello. Pero lo de Babacan fue durante años una leyenda oral. Una batalla ganada contra once escoceses y un turco malvado que expulsó a sangre fría a tres inocentes. Hasta que hace poco vi el partido. Madre mía. Si lo pita Iturralde, se suspende al descanso. El monstruo es un pobre señor que medió en una guerra y no está entre los cien peores arbitrajes que ha sufrido el Atleti. Pero la realidad ya no importa. Como Drácula o las vecinas top-models, es un mito. Así será siempre y así debe ser. Usted dice Babacan y yo aún tiemblo.