Un leñador en el Karakorum
La verdad es que no puedo quejarme de nada en este pequeño rincón del paraíso que es la aldea de Hushé, enclavada en el corazón del Karakorum, es decir en el territorio más abrupto de altas montañas del mundo. Hace unos días mis compañeros de El Larguero se extrañaban que no supiera cómo había acabado el Tour o lo del Kun Agüero o el fichaje de Neymar. Por no hablar de la prima de riesgo y las elecciones anticipadas. Ya lo sé, qué le vamos a hacer: soy un hombre afortunado. Con mis jóvenes compañeros de los equipos nacionales de Alpinismo andamos explorando valles y montañas, haciendo el alpinismo que realmente nos gusta uniendo montaña, exploración y aventura.
He bajado unos días a Hushé a reencontrarme con la buena gente de la Fundación Sarabastall que ha logrado transformar uno de los sitios más pobres del Karakorum en uno de los más prósperos. Pero lo mejor es el reencuentro con un gran amigo, Alex Txikón, que baja de hacer una de las actividades más notables en el Karakorum. Alex es un personaje atípico, al que conocí hace siete años precisamente aquí, y al que creo que, modestamente, le di la oportunidad de iniciar una carrera imparable. Lleva ya nueve ochomiles, pero no le interesa nada ese tipo de alpinismo masificado. Por eso, este año decidió embarcarse en un gran proyecto. En invierno intentó escalar el Gasherbrum I y a punto estuvo de lograrlo, después de dejarse la piel, casi literalmente, en el intento. Pasar un invierno en el Karakorum, lo sé por experiencia, es una de las pruebas más duras que puedan acometerse. Hace tres meses, se vino conduciendo de Euskadi a Pakistán, recorriendo más de 12.000 km en 17 días. Para completar el proyecto ha hecho demostraciones de aizcolari, cortador de troncos, en lugares como Austria o Skardú.
Luego se lanzó a por las montañas. Y logró pisar las cimas del Gasherbrum I y II, dos montañas de más de ocho mil metros, con un intervalo de sólo nueve días. Y no contento con ello se dirigió al K2, la más formidable y temible de todas las altas montañas, con un equipo muy pequeño y en estilo muy ligero. Logró llegar a los ocho mil metros y sólo una tormenta le ha privado del éxito. Su fortaleza le ha permitido ganar la base de la montaña en sólo cuatro horas, algo sólo al alcance de muy pocos. Y, ya de paso, encontrar el cuerpo de un alpinista desaparecido en 1993, llamar a su familia y darle digna sepultura. Todo esto me lo cuenta mientras su cabeza sigue haciendo planes, casi a la misma velocidad con la que maneja el hacha. ¿Cómo lo ves, Sebas, te vendrías de nuevo en invierno al Karakorum? Emprendedores así son los que logran cambiar el mundo.