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Guía del Campo de las Estrellas

Cuando escribo estas líneas sigue sin saberse nada del paradero del Códice Calixtino. Fue robado semanas atrás del archivo de la Catedral de Santiago de Compostela, donde era custodiado desde hace cientos de años. La vorágine informativa en la que nos hacen vivir hace ya tiempo ha enterrado esta noticia. Y sin embargo, su sustracción es sin duda una terrible pérdida. No sólo para nuestro país sino también para Europa y para el mundo entero. Se trata de un ejemplar único, un texto fundacional y un tesoro de nuestra memoria como seres viajeros en busca de otros paisajes, otras culturas.

Porque, antes que otras cosas, somos una especie nómada. Y es que entre los distintos libros que conforman este códice (dedicados a relatos de santos o al ceremonial litúrgico) se encuentra la primera guía de viajes sobre el Camino de Santiago, una de las rutas de peregrinación más importantes de la cristiandad. Su autoría se atribuye a un tal Aymeric Picaud, quien la escribió en el siglo XII detallando los lugares por los que debía pasar el peregrino que proviniera de Francia con destino a la tumba de Santiago, allá cerca del "finis terrae". También se detuvo en reseñar otros aspectos como el carácter de los habitantes de esos lugares, y también lo que se podía comer, los monumentos con los que se iban a encontrar o los posibles peligros que deberían afrontar. Dibujaba un trayecto que ha resultado crucial en el devenir de Europa por cuanto por él circularon mercancías y potenció el desarrollo económico de las regiones por las que pasaba. Pero también iban y venían ideas que eran compartidas en un fluido y enriquecedor intercambio. Es una intensa emoción común a todos los que hemos hecho el Camino y nos detenemos ante la Cruz de Ferro -levantada entre las localidades de Foncebadón y Manjarín- para cumplir con la tradición de dejar a sus pies una piedra, el pensar que cada una de esas rocas que forman un imponente montículo representa a un peregrino como nosotros, alguien que pasó por aquí ayer o hace cientos de años.

Más allá de creencias particulares, el Camino de Santiago y la aventura de recorrerlo nos igualan y nos hermanan por encima de fronteras y culturas. Somos solo caminantes buscando conocer y conocerse. Y este espíritu sigue tan vigente antes, cuando Picaud redactó esa singular guía, como ahora, cuando nos han robado a todos ese tesoro de nuestra cultura.