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Alfonso I, rey de la Amazonía

Acababa de empezar la década de 1930 cuando la Expedición Iglesias al Amazonas se encontraba en plena ebullición preparatoria. Era un ambicioso proyecto científico auspiciado por el gobierno de la II República. Lo lideraba el capitán Francisco Iglesias Brage, ya famoso entonces por su vuelo entre Sevilla y Salvador de Bahía a bordo del Jesús del Gran Poder, un auténtico hito en la historia mundial de la aviación, en aquellos tiempos en los que los españoles destacaron por sus grandes aventuras aeronáuticas. Entre la mucha correspondencia que recibía le llegó una carta desde Iquitos, en pleno corazón de la Amazonía peruana. La remitía un singular librero y acérrimo republicano, Cesáreo Mosquera. Este emigrante gallego se ofrecía en lo que pudiera ayudar. Y también ofrecía la colaboración de su amigo "el rey de los jíbaros".

Tan peculiar monarca no era otro que su paisano Alfonso Graña, uno de esos personajes cuya biografía parece tejida en los territorios de la leyenda. Resulta que Ildefonso -aunque prefirió llamarse Alfonso- emigró a finales del s. XIX acabando en Iquitos, donde trabajó como cauchero y hasta buscador de oro. Con la crisis del caucho, Graña se internó río arriba junto con otro emigrante gallego. Sobre lo que ocurrió hay varias versiones. Parece que hubo un enfrentamiento con unos jíbaros. Su compañero cayó en la refriega, pero Alfonso salvó el pellejo, dicen que porque la hija del jefe de la tribu se encaprichó de su apostura, no en vano su familia era conocida en su pueblo como "los chulos". Algo así debió ocurrir porque Graña heredó el puesto a la muerte de su suegro, convirtiéndose en nuevo jefe tribal. Un par de veces al año, Graña lideraba una expedición a Iquitos de varias canoas con productos de la selva para comerciar y se pasaba a ver a su amigo el librero Mosquera.

A base de talento, valentía y mano izquierda se había convertido en un adorado líder para sus convecinos de la selva; tal es así que cuando, en 1926, la compañía Standard Oil (propiedad de los Rockefeller) quiso realizar una expedición en busca de petróleo tuvieron que negociar con él para poder entrar en su territorio sin problemas. Hasta España llega la fama de Graña gracias a los artículos que sobre él escribe Víctor de la Serna, quien le intitula "Alfonso I, rey de la Amazonía". Sin embargo, su muerte, en 1934, le impidió participar en la expedición científica que el huracán de la Guerra Civil también se llevaría por delante. Alfonso Graña, como antes el magnífico Orellana, se quedó para siempre en ese mundo al margen del mundo, la selva y el río, donde su vida se había convertido en una aventura.