Historias de cronopios y de faltas
Subir una escalera, dar cuerda al reloj ¿Lanzar una falta directa? Dicen que bebió demasiados mates con absenta en la bohemia de París, quizá la gran ciudad de Europa que peor convive con el fútbol, pero incluso así Julio Cortázar hubiese sido capaz de regalarnos unas instrucciones precisas para tirar una falta a portería. El problema es que lanzar es sencillo, pero marcar, igual que inventarse los cronopios y las famas, es muy difícil. Cristiano nunca será un Cortázar del fútbol, su estilo es mucho más dinamitero, rollo Kerouac, pero tras un año particularmente obstinado en lanzar las faltas de una forma poco sutil, la del martillo pilón, parece buscar nuevos caminos. Instalado en la potencia, con su particular juego de empeines le bastaba para crear expectación, pero daba la sensación de que no acababa de controlar del todo su disparo.
Demasiadas veces parecía como si en cada falta quisiera demostrar que era capaz de reventar la barrera del sonido, como esos tenistas cabezones que basan todo su juego en el saque y jamás guardan un buen golpe al resto del jugador contrario. Si sale, sale Pero las faltas no están sólo para hacer pasar miedo a la barrera. Tomahawk, le llaman: nombre de misil, una denominación que arrasa incluso con la corrección política, y que en el fondo definía también una cierta angustia que en parte se curó con la victoria de la Copa del Rey. Queda la Liga, sí; y la Champions, cierto; y la supremacía del Barcelona, de acuerdo. Pero sin ansiedad, Cristiano ha vuelto a descubrir su interior. No ese espacio zen que conjuga cuerpo y alma, sino el del pie. Y con él ha empezado a reescribir sus propias instrucciones para lanzar una falta. Y marcar.