Este Atleti ahuyenta a los grandes
Distintos caminos para un mismo final. Forlán demasiado insistente, educado, ambiguo, ni sí ni no ni todo lo contrario, jamás populista, aunque le costara el divorcio con la grada y ser el escudo humano de Quique. Agüero sibilino, amor eterno hasta el día de la ruptura, más ladino al gestionar a su favor el cariño del Calderón, más cruel en el adiós, capaz de quemar todos los puentes empujado por quién sabe qué agentes o clubes. Pero aparte de indignarse con aquellos que le dieron la gloria hace un año y recurrir a la vieja pataleta de llamarles mercenarios (¿por qué siempre lo es el que decide irse y nunca el que abandona otro club para venir?), lo que debería enloquecer a la afición rojiblanca es la cruda realidad: los grandes futbolistas ya no quieren jugar en el Atleti.
Y faltan motivos basados en la realidad y no en el sentimiento para discutir su decisión. ¿Cómo no va a desesperarse Forlán si, tras dos títulos, cada cambio en la plantilla la hace levemente peor hasta que el conjunto se resiente gravemente? ¿Qué va a retener a Kun si, tras acabar séptimos, le dicen que el próximo cerebro puede ser Gabi? ¿Cómo no va a escapar De Gea si, tras tanto fichar, su mejor defensa aún es Perea? ¿Por qué va a venir otro crack si el Málaga tiene un proyecto más sólido y ambicioso? Y sí, Forlán y Kun deberían aprender mucho de Torres sobre cómo gestionar con clase un adiós, sobre todo ante la inquietante posibilidad para ambos de tener que quedarse en un Calderón de uñas; pero, formas al margen, ellos son las consecuencias del problema, no el problema en sí.