La pareja feliz Antón-Nieve



La última vez que cubrí un Giro de Italia íntegro como enviado especial de AS fue en 2005. Hice aquel viaje junto a Jesús Gómez Peña, de ‘El Correo’, de quien no creo exagerar si le califico como uno de los más grandes periodistas de ciclismo del planeta (¿para qué me voy a quedar corto con alguien de Bilbao?). Compartir coche y hoteles con un redactor vizcaíno trae como premio extra pasar más de un momento con el equipo Euskaltel. Recuerdo, sobre todo, el mal rato que pasamos con la terrible caída de Alberto López de Munain, que chocó contra un quitamiedos y sufrió múltiples fracturas, entre ellas nueve costillas, y un neumotórax.

Uno de nuestros entretenimientos en aquel Giro era comentar las peripecias de un joven vizcaíno de Galdakao que entonces tenía 22 años. Igor Antón, que había sido llamado tres días antes del inicio, miraba todo lo que rodeaba a la carrera con unos ojos como platos, con esa cara que ponen los niños ante los regalos de los Reyes Magos. Antón viajaba con una cámara de fotos, una costumbre que de vez en cuando mantiene, e inmortalizaba todo aquello que le llamaba la atención. "Era un turista con dorsal", recuerda ahora. Incluso llegó a fotografiarse con otros corredores, porque estaba corriendo junto a algunos de sus ídolos. Si no recuerdo mal, uno de ellos fue Paolo Bettini. En uno de los primeros puertos de aquella carrera, saltó precisamente detrás de 'El Grillo' y de Di Luca. Con descaro.

Tengo una imagen grabada de aquel Antón. En la octava etapa, una contrarreloj de 45 kilómetros en Florencia, cruzó exhausto la meta. Tras bajarse de la bicicleta, se sentó apoyado a las vallas y estuvo allí al menos diez minutos recuperando la respiración y las pulsaciones. Lo había dado todo sin que nadie en el equipo se lo exigiera para clasificarse el 155º de 186 corredores, a 7:33 minutos de David Zabriskie. Dos días después había una jornada de descanso en Rávena y Antón convenció a Roberto Laiseka para que le acompañara a Cesenatico, a una treintena de kilómetros, para visitar la tumba de Marco Pantani, su referente. ¡Cómo disfrutó Igor de su primera grande! ¡Con qué entrañable ilusión! Aquello le marcó, porque seis años después sigue diciendo que allí se sacó “el carnet de ciclista”.

Desde entonces hasta hoy, Antón ha madurado. Sólo un año después venció en una gran etapa de la Vuelta a España en Calar Alto y mostró al mundo sus dotes de escalador. Igor tiene etapas en Romandía, en Suiza, en Castilla y León… Y si no ha ganado más ha sido por su maldita propensión a las caídas. El año pasado se accidentó camino de Peña Cabarga cuando vestía el maillot rojo de la Vuelta y después de haber ganado dos etapas (Valdepeñas de Jaén y Pal). En este 2011 podrá desquitarse en esa cima cántabra, al igual que en el Angliru, al que no llegó en 2008 también a causa de una caída. Los dos puertos han sido incluidos en esta edición en la Vuelta, al igual que una antepenúltima etapa que pasará por su pueblo, Galdakao, en el regreso de la carrera al País Vasco. El trazado parece hecho adrede en busca de un final feliz que apunta a Igor Antón.

La Vuelta es el reto anual de Igor Antón, pero el recorrido tan montañoso del Giro animó al equipo a incluirlo en esta carrera. “El objetivo no es la general, sino ganar una gran etapa de montaña”, han repetido tanto él como los técnicos del Euskaltel. Pues objetivo cumplido. El sábado se coronó en el Zoncolan, el ‘Angliru’ italiano, uno de los grandes puertos de la Corsa Rosa. Al día siguiente pagó el esfuerzo, pero apareció Mikel Nieve para ocupar su lugar y para ganar en Gardeccia una de las etapas más tremendas y más épicas de los últimos tiempos. El navarro siempre está últimamente al quite de su inseparable Antón. Ya ocurrió en la pasada edición de la Vuelta, cuando el de Leitza se impuso en Cotobello y dedicó la victoria a su líder herido. Antón y Nieve forman un dúo ganador, son el nuevo rostro de un ciclismo refrescante y esperanzador. Una pareja feliz.

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