Un suizo políticamente incorrecto
Era un hombre políticamente incorrecto, de trato áspero, que siempre siguió los consejos de su admirado Walter Bonatti, un ejemplo de ética en el alpinismo y en la vida: "La montaña es una escuela de vida, que me ha enseñado a ser honesto conmigo y con lo que hago". Y es que Erhard Loretan y Bonatti son de los que no soportan las sociedades como la nuestra, que siempre dicen lo que piensan y actúan como dicen. Más vale decir lo que no se piensa, pero se quiere escuchar, que decir verdades como puños, pero que ponen en cuestión muchos de los pilares sobre los que basamos nuestra vida diaria. Y esto vale tanto para la política como para el deporte. Hombres y mujeres que son consecuentes hasta el final. Como así ha sido. Loretan murió trabajando en su profesión de guía en los Alpes natales donde aprendió la más bella actividad deportiva que una persona puede realizar: el montañismo. Este suizo que murió el mismo día que cumplía 52 años, fue la tercera persona en lograr escalar los 14 ochomiles. Y una de las pocas que logró hacerlo de una forma limpia y deportivamente insuperable. Tuve la suerte de coincidir con él, y con sus infatigables compañeros de cordada el polaco Kurtyka y el también suizo Troilet, en varias montañas como el K2, el Shisha Pangma o el Broad Peak. Pero comprobé su estilo comprometido y espartano en la Antártida cuando estuvo escalando en solitario una montaña virgen de 4.700 m. en el lugar más frío y remoto del planeta. Le ofrecieron "mucho dinero" por intentar escalar los catorce ochomiles pero lo rechazó porque "prefería trabajar como guía de montaña".
Su vida estuvo marcada, desde entonces, por una tragedia personal que le afectó profundamente. Involuntariamente produjo la muerte de su hijo, al zarandearle siendo un bebé, porque estaba llorando. Él mismo llamó a la policía y se autoinculpó y luego cargó con las consecuencias, penales y personales, de su acción. Fue de los primeros, cuando entonces no era nada correcto decirlo, en criticar las expediciones comerciales y el uso de oxígeno en las ascensiones, así como el abuso de cuerdas fijas y serpas. Y no era extraño, en este gran alpinista, que había conseguido ascender en estilo alpino y con un solo compañero a la cima del Everest, por una ruta difícil, en sólo 36 horas, y luego regresar al campo base en tres. Toda una lección. Y no de rapidez sino, sobre todo, de eficiencia, ligereza y competencia. Y honestidad. Hasta el final. ¡Qué lástima que haya tan poca gente así!