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De Turquía al MVP sin hacer escala

¿Por qué no voy a poder ser el MVP de la temporada?". Lo dijo Derrick Rose en septiembre y todo el mundo quedó doblemente sorprendido. Primero, porque era un toque de ego totalmente ajeno a su carácter habitual. El chico humilde y tranquilo que, pese a llevar siendo una estrella desde el instituto (dos títulos del estado de Illinois con la Simeon Career Academy), se ha empeñado desde el principio en romper todos los estereotipos sobre la actitud de los jugadores criados en barrios tan duros como el suyo, Englewood, en Chicago. Segundo, porque nadie tan joven, 22 años, había logrado el premio gordo y menos un chico que, pese a ser ya una estrella, aún parecía lejos de la superélite de LeBron, Wade, Kobe, Durant y Howard. Hubo unanimidad: Rose alucina.

Si no fuera tan serio que intimida, Rose se reiría hoy de todos. En su ascenso a los altares, su talento se ha aliado con varios factores. La reunión de Wade y LeBron en Miami les forzaba a ceder estadísticas y eliminaba a dos sospechosos habituales. La llegada de Tom Thibodeau al banquillo de los Bulls le otorgó el maestro en defensa y lectura del juego que nunca fue Del Negro. Y no olvidemos la magia del Mundial de Turquía, al que fue una selección que muchos menospreciaron, pero del que los estadounidenses regresaron con el oro y la confianza por la nubes; el salto de calidad de casi todos (Love, Westbrook, Gordon, Odom...) ha sido tremendo. Y aquí estamos. Rose es MVP y Chicago sueña con anillos, escapando al fin de la eterna sombra de Jordan. Y ya nadie piensa que alucinen.