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Un capitán nunca se rinde

Enchufado desde el minuto 1. Cada vez que sacaba de puerta parecía que se le iba la vida. Se enojaba si atisbaba falta de atención o pasividad en un compañero. Iker, además de arengar a la tropa, tuvo tiempo antes del descanso de dejar tres paradas que evitaron que se acabara la eliminatoria. Pero sabía que eso no era suficiente. El aguacero seguía cayendo y no iba a parar. Ni en lluvia, ni en polémica, ni en una cierta impotencia cuando su equipo intentaba remontar. De ahí que su gesto se fuera crispando.

Casillas ha pasado una semana de perros, viendo que se escapaba la temporada. Su carácter ganador le impedirá conciliar el sueño en los próximos días. Sería deseable que ese brazalete de capitán, que se ha ganado con esfuerzo durante más de una década, sea algo más que un símbolo. Casillas, pese a no estar fino en varios gestos dirigidos al cuerpo arbitral ayer, demostró que la amargura por una terrible decepción, se refleja en el mismo momento, en el campo. Las lágrimas ya quedan para cuando uno llega a casa...