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Una cruz pesada de llevar

Cristiano ya se olía que no iba a ser la noche. A la tercera presión sobre los centrales comprobó que detrás de su frenética carrera para robar el balón no había nadie. Se desesperó y lo hizo saber con los habituales aspavientos. Su reacción estaba justificada. El equipo achicaba peor y él se sentía solo, muy solo. Era el mismo planteamiento de Valencia pero algo fallaba. Así las cosas, las posibilidades de tener posesión en ataque eran escasas. Debe ser duro saber que, a lo más que puedes aspirar en un partido tan decisivo, es a lanzar un par de faltas o a cazar un rebote en la frontal del área para ver si sorprendes con un disparo seco. Los planos cortos del realizador denotaban esa impotencia en el portugués. El guión se cumplió a rajatabla en los siguientes minutos.

Para aumentar su desdicha, el movimiento de ficha en el descanso no iba a mejorar las cosas. No se entendía muy bien que Adebayor ejerciera de revulsivo antes que Benzema o Higuaín. Pese a que la presencia del togolés haya sido positiva en algunos partidos, a Cristiano le beneficia más la ayuda del francés o del argentino. Y para colmo de males, la expulsión de Pepe desbarataba la posibilidad de jugar con un punta de referencia para que el 7 pudiera tener más libertad sorprendiendo con su velocidad por la banda. La última media hora deambuló por el campo intentando hacer una labor que no le corresponde y para la que no está preparado: defender. Aunque muchos le culparán de su escasa influencia en el partido, Cristiano ayer tenía disculpa.