Roy y lo que hace grande al deporte
Por partidos como el Portland-Dallas amamos el deporte. Acumulamos horas de tele insulsa sabiendo que, cuando menos te lo esperas, llega un milagro. Y cuando sucede es incomparable. Lo único capaz de hacer real el más increíble final made in Hollywood, de emocionarte con gente que ni te va ni te viene. Como Brandon Roy. 26 años, tres veces all-star y líder de los prometedores Blazers; el futuro era suyo. Entonces sus rodillas dijeron basta. Sus cartílagos no aguantaban más y los médicos fueron concluyentes: nunca serás el mismo, sólo podrás jugar 20 o 25 minutos por partido y tu salud futura está en peligro. En su ausencia, Portland se reinventó y encontró un nuevo ídolo en Aldridge. Cuando Roy regresó, todo había cambiado: era suplente y su físico no respondía a su cerebro.
En el segundo partido de la serie jugó 8 minutos y lloró de impotencia. El sábado, con su equipo 23 abajo en el tercer cuarto, nada hacía presagiar su resurrección. Pero el destino tenía otros planes. Poseído por el espíritu del Isiah Thomas cojo de la final del 88, Roy anotó 18 puntos en el último periodo, rumbo a un triunfo increíble. Tal vez fuera el canto del cisne del héroe, pero, mientras se iba emocionado, Roy entraba en mi memoria para quedarse siempre. El deporte es maravilloso.