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La bañera Alejandro Magno

En un primer momento, parece un vulgar recipiente para almacenar agua o quizá un abrevadero, pero en realidad es una bañera. Y para quien la pudo disfrutar debió parecerle un regalo de los dioses, un lujo que además le permitía soñar, en mitad de un desierto donde todo le era hostil, con el lejano hogar, de donde había salido hacía ya unos años siguiendo a un joven rey macedonio, empeñado en el loco sueño de llegar a los confines del mundo conocido. Este joven rey, el primero que quiso "globalizar" el mundo, llevando la cultura helena hasta los confines de Asia, se llamaba Alejandro III de Macedonia, hijo de Filipo II. Pero ha pasado a la historia como Alejandro Magno, o El Grande.

Y allí estaría él, un simple veterano macedonio, disfrutando de la bañera de cerámica como único lujo civilizado mientras cumplía su misión en uno de los seis fuertes que había mandado construir Alejandro al norte del río Oxus, en el corazón de Asia Central, para proteger sus comunicaciones. Este sencillo objeto doméstico, de más de dos milenios de antigüedad y hallado hace unos años en el yacimiento de Kurgansol, se encuentra ahora, y hasta mayo, en la sala de exposiciones del Canal de Isabel II formando parte de la espléndida exposición dedicada a Alejandro Magno. No se la pierdan, pero, sobre todo, lean primero un buen libro (yo les recomiendo la biografía de Alejandro de Robin Lane Fox, de Acantilado), y luego viajen con la imaginación mientras pasean por la exposición. La cuidada selección de más de 300 objetos (de 40 museos de todo el mundo) que se ofrecen al visitante es un constante acicate, pues cada uno es capaz de contarnos un pedazo de la historia de un joven que con 30 años se convirtió en leyenda en su propio tiempo.

Y uno de los pocos, quizás con Jesús de Nazaret, que se convirtió en modelo de virtudes. A partir de entonces todos los grandes conquistadores quisieron imitar a Alejandro: Julio César, Hernán Cortés o Napoleón. Ahí está, por ejemplo, uno de los bajorrelieves de cerámica representando a un león que decoraba la puerta de Ishtar en la fabulosa Babilonia. También lo debió ver Alejandro mientras pasaba bajo ella durante su entrada triunfante tras su victoria en Gaugamela. Desde Babilonia continuó hacia el sol naciente hasta llegar al río Indo. Y aquí regresaría, poco después, obligado por sus propios hombres, hartos de pelear, para morir y entrar en la Historia como uno de los más grandes conquistadores de todos los tiempos. Todavía hoy nos preguntamos por qué miles de hombres le siguieron y cómo fueron posibles sus proezas.