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Messina se despista con las críticas

Llama poderosamente la atención que un técnico con la trayectoria de Messina se haya ahogado de manera tan estrepitosa en el entorno mediático del Madrid de basket, que, seamos serios, tiene mucho más de piscina para niños que de mar revuelto. Podía preguntar a su colega Mourinho o, mejor, a su antecesor Pellegrini lo que es encajar. O revisar la que le cayó a LeBron James por cambiar de equipo. O pasar unos días en Londres leyendo tabloides. Acostumbrado al merecido halago permanente, su reacción ante la crítica (alguna injusta, cierto, pero toda lícita) ha sido desproporcionada. Y es una pena, ya que cuando se ofusca con este tema desvía la atención de los problemas reales del Madrid, de los que él ha sido víctima y dan sentido a su dimisión.

Porque es obvio que cuando los tres grandes gurús recientes de los banquillos europeos (Obradovic, Maljkovic y Messina) salen por la puerta de atrás de un mismo club el problema no está en el banquillo. Si para los máximos mandatarios blancos el baloncesto oscila entre insignificante y molesto, es imposible crecer. Si no hay un proyecto, los encargados de la sección tienen menos peso que esperanza de vida (y ya es poca) y todas las soluciones son parches, el futuro siempre está igual de lejos. Y mientras, el Barça de Creus y Pascual, con cariño y cabeza, galopa. Messina sabe que el problema no es la crítica, pero su ego le lleva a enfrascarse en una pequeña batalla y perder de vista una guerra de la que podía haber sido mártir heroico. Al final, otra vez, gana el Barça.