El problema es de identificación
El debate acerca del sistema de competición de la Liga ACB manifiesta de forma implícita que algo no funciona como debería. El baloncesto goza de una sólida implantación en nuestro país con muchos practicantes de ambos sexos, un reconocido prestigio como deporte formativo y competiciones federativas, escolares y municipales. Sin embargo, el seguimiento de la Liga no se corresponde con el peso social de nuestro deporte
No es un problema exclusivo de nuestro país. Tampoco la Euroliga termina de colocarse en el sitio que le corresponde por tradición y prestigio. Por ello, de forma periódica desde hace ya unos cuantos años, los responsables de los clubes han intentado analizar las causas de este fenómeno: han cambiado el calendario, los sistemas de competición y hasta han conseguido la que debía suponer su particular panacea -el poder absoluto de organización en la Euroliga-, pero no han logrado invertir la tendencia.
Parece lógico que no lo hayan conseguido, puesto que en la búsqueda de soluciones se han centrado en lo superficial y han obviado lo esencial: el baloncesto que quieren los aficionados. Su ceguera llama aún más la atención cuando constatamos que las competiciones de selecciones van viento en popa, aunque hayan cambiado de fechas y formato en varias ocasiones. Por contra, hasta las audiencias de la Copa del Rey, cuyo sistema de competición es considerado un éxito, reflejan una tendencia a la baja. La conclusión no puede ser más clara: no es cuestión de mercadotecnia, de sistemas de competición o de quién las dirige, sino de que los seguidores se identifiquen con lo que ven.
Hace no tantos años, las competiciones europeas de clubes eran una fiesta que se celebraba hasta por anticipado. Si venían los italianos, se avecinaba bronca. Con los yugoslavos, fantasía. Los rusos eran una apisonadora. Los equipos tenían caras y las escuelas se reconocían a primera vista. Hoy, hay tal batiburrillo de jugadores y técnicos con un estilo de juego universal que la competición continental ha perdido su personalidad. Contraria a los principios que siempre han defendido, la identificación ha sido un tabú para los responsables de las competiciones de clubes. Sin embargo, negar su trascendencia es tanto como negar que las figuras de Santana, Ballesteros y Fernando Alonso han sido las impulsoras del tenis, el golf y la Fórmula 1 en nuestro país. O que las selecciones siguen concitando el interés mayoritario de los aficionados al baloncesto. ¿No estarán negando la realidad? ¿Hasta cuándo?