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Un nuevo triunfo de la voluntad

Hace unos días esta columna se hubiera titulado algo así como "la última frontera inaccesible" y habría hablado de un reto pendiente en el mundo del alpinismo: conseguir una cima de 8.000 metros en el Karakorum en pleno invierno. Pero tres alpinistas, el italiano Simone Moro, el uzbeko Denis Urubko y el estadounidense Corey Richards acaban de romper esa frontera, consiguiendo la cima del Gasherbrum II. Un triunfo de enorme mérito, al límite de la supervivencia, comparable a los récords de Bolt u otras hazañas deportivas que han demostrado la capacidad humana de llevar más allá sus límites físicos y mentales. Y que ha puesto de relieve, nuevamente, el valor del alpinismo. Frente a muchas noticias que vienen del Himalaya en verano, que tienen más que ver, a veces, con la crónica de sucesos o espectáculos, estas expediciones reivindican el verdadero alpinismo, que no es otro que una propuesta de búsqueda: de nuestros propios límites y los del planeta que habitamos. Allí se ha quedado ahora, con un alpinista austriaco y otro canadiense, mi amigo Alex Txikón, intentando llevar ese límite un poco más allá: escalar una montaña aun más difícil, el Hidden Peak, y abriendo una ruta nueva.

Hablamos con él desde El Larguero, y ya sabe lo que le espera: soportar temperaturas por debajo de 40 grados bajo cero, a 7.000 metros, escalando con un estilo muy ligero, sin ayuda de nadie ni botellas de oxígeno. Supone acercarse al oscuro abismo en que se mece la esencia de lo que somos y del sueño de lo que ansiamos ser. Y es que una montaña en invierno no es solo la misma montaña con más nieve. Es, simplemente, una montaña diferente, sobre todo si mide más de 8.000 metros y se encuentra en el Karakorum. Allí no verán colas de clientes agarrados a la misma cuerda, flanqueados y protegidos los serpas, convirtiendo la gran aventura del Everest en algo vulgar y descorazonador. A la altitud, que destruye nuestra voluntad, se unen temperaturas que parecen sacadas de la noche antártica mientras el viento se convierte en un castigo devastador. Lo pudimos comprobar en nuestras propias carnes cuando intentamos escalar en invierno el Broad Peak. En 45 días de expedición no tuvimos ni uno solo de tiempo aceptable. Descubrí el enorme corazón de Alex cuando en el K2, hace siete años, dejó todo para ayudar a descender a Juanito Oiarzabal al campo base. Desde entonces lo enrolé en el núcleo de mis mejores alpinistas y ahora inicia su camino. El verdadero camino de un alpinista, que es adentrarse en lo desconocido. Sólo espero que tenga suerte.