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La Vuelta os necesita y la merecéis

Tuve la ocasión de presenciar la última etapa de la Vuelta a España en el País Vasco, en 1978. Barricadas en Durango. El pelotón tuvo que ser transportado en vehículos hasta Zarautz para disputar breves kilómetros hasta San Sebastián. Por la tarde, la contrarreloj, en Donostia. Chinchetas, vallas metálicas en la calzada y gente que tiraba arena a la cara de los ciclistas. Se anuló la crono, aunque no afectó a la carrera. El ganador de esta etapa era ya el líder y vencedor final. Un tal Bernard Hinault.

Eran tiempos revueltos. Hacía dos años y medio que se había muerto Franco y faltaba medio año para que llegara la Constitución. Se habían aflojado algunas compuertas de la dictadura, pero no tantas ni tan abiertas como deseábamos muchos, no sólo los vascos. Pero, ciertamente, los últimos años del franquismo golpearon más duramente al pueblo vasco que a ningún otro. ETA supo aprovechar la rabia social que esto generó y unos pocos tratan de seguir exprimiéndola. En 33 años la situación ha variado mucho. El pueblo vasco no se puede quejar más que otros. Pero lo que no ha cambiado es que, entonces y ahora, la afición ciclista vasca es la más entendida y entregada, la mejor de España, la segunda del mundo tras la belga. La Vuelta necesita a esta gente y ellos se la merecen. Fueron los vascos los que cogieron una Vuelta inconsistente (nueve ediciones en veinte años), la dieron continuidad (1955 a 1978 sin faltas) y la transformaron en lo que es hoy: una de las tres grandes.