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Una foto en el fin de la tierra

La foto no estaba entre sus ropas. Fue la gran noticia de la expedición que, en 1999 y a unos 8.260 metros de altitud, se encontró un cuerpo momificado, casi una roca más entre las que conforman la vertiente norte de la montaña más alta de la Tierra. Era el cadáver de George Leigh Mallory, uno de los personajes más trascendentales de la historia del alpinismo mundial. Este hallazgo desvelaba una parte del misterio que había rodeado su intento a la cumbre del Everest en 1924. Pero no lo más trascendental: ¿habrían alcanzado Mallory y su compañero Irvine la cima del Everest, veintinueve años antes de su conquista oficial por Hillary y Tenzing? Entre lo que se halló en sus bolsillos no estaba ni la cámara fotográfica ni la foto de su esposa Ruth que Mallory quería dejar en la cumbre. ¿Está allí arriba? ¿La perdió en la ascensión? ¿Se la arrancó de las manos el viento mientras agonizaba tras la caída que acabó con su vida?

Que Mallory quisiera compartir con Ruth su más acariciado sueño, llevándola consigo en una foto, indica hasta qué punto era una aventura compartida. Cuando Mallory dudaba fue Ruth quien le animó a enrolarse en la tercera expedición británica al Everest, tras haber participado en las dos anteriores, la segunda de las cuales terminó con una tragedia en la que murieron bajo un alud siete serpas. Hay quien reelabora, con cierta malvada intención, un viejo dicho afirmando que detrás de un gran hombre lo que suele haber es una mujer sorprendida. Las esposas de aquellos aventureros de la época dorada de la exploración de la Tierra, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, me temo que lo que eran, sobre todo, era pacientes. Debían convivir con meses y hasta años de ausencia sin noticias y una constante certeza de que el peligro acechaba a su marido y, por tanto, a su familia. Sin embargo, el caso de Ruth y Mallory era singular. Como demuestran las cartas que se intercambiaron durante sus diez años de matrimonio, y mientras él estaba en las trincheras de la Primera Guerra Mundial o a los pies de la montaña más alta, su compenetración era total.

Ella comprendía la pasión que devoraba a Mallory con respecto al Everest y él encontró en Ruth Turner una compañera con la que compartir ideas, sueños e incertidumbres. Juntos habían llegado hasta los pies del Everest y quizá nunca sabremos si juntos llegaron a su cumbre, donde aún estará la foto de Ruth. Al menos es hermoso pensar que así fue, haciendo caso al maestro John Ford que afirmaba que no había que dejar que la verdad estropease una buena historia. Y la historia de amor entre Ruth y George Mallory es de las mejores que adorna la historia de la Aventura.