NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Ridículo del que no se salva nadie

Si el Atlético fuera un club serio, cosa que no es, el esperpento de ayer sería una mancha imborrable en su historia y no sólo una muesquecita más en un honor mancillado sistemáticamente hace ya demasiados años. Y ahora se señalarán culpables y sobrarán candidatos. Unos futbolistas, como bien les reprochó Quique, que se creen mejores de lo que son porque han enganchado dos títulos muy meritorios, por supuesto, pero también puntuales y afortunados, oasis en un desierto infinito. Contra Aris y Levante, salieron al trote, sobrados, creyendo que la victoria caería por el peso de su fama y sus grandes sueldos. E hicieron el ridículo.

Y hay un técnico, brillante estratega, pero que está quedando en evidencia como psicólogo y gestor de grupos. Ha vuelto loco a Domínguez con cambios de sitio y estatus y le ha atacado en público porque no comulga con sus agentes. Un juez implacable a la hora de castigar los fallos de los débiles (Asenjo, el propio Domínguez, Filipe) y no tanto los errores y el pasotismo de los pesos pesados de un vestuario cuyo control parece haber perdido. Como les pasó a sus antecesores. ¿Son todos los entrenadores malos? No. ¿Todos los futbolistas inútiles? Tampoco. Entonces, ¿cuál es la constante? Pues unos dirigentes que venden a un titular (Jurado iba a serlo) al cierre del mercado y no lo sustituyen, lanzando un mensaje muy claro: lo deportivo es secundario, la ambición inexistente. Y así va el Atleti.