¿Y además tienen que ser majos?
Mourinho es un borde. A Cristiano no hay quien le aguante. Tiger Woods es un adicto al sexo. Fernando Alonso un triste. La reciente polémica a cuenta de un análisis del entrenador del Real Madrid, respondido fuera de tono por el del Gijón, ha vuelto a poner sobre la mesa el tema del carácter o el comportamiento que deben mostrar los deportistas. Resulta que las estrellas del deporte están obligadas, no se sabe muy bien por qué ley divina o municipal, a ser, además de los mejores en lo suyo, devotos maridos y padres, amables vecinos y simpáticos contertulios. Entre otros argumentos se dice que deben ser así porque son un ejemplo para los jóvenes, como si su educación no dependiese de la responsabilidad de educadores y progenitores. Y como si fuera más ejemplar la actitud de otros, más simpáticos, que hacen entradas escalofriantes o corean eslóganes sobre la madre de Ronaldo e invitan a la tumba al entrenador rival. Ya vimos algo parecido en un entrenamiento cuando Casillas era insultando gravemente por un chaval mientras su padre le jaleaba. Ése es el fondo de la cuestión.
Y la realidad es que, jugadores y entrenadores, son contratados por su capacidad y no por sus habilidades sociales (Butragueño ha afirmado, muy atinadamente, que no han contratado a Mourinho porque fuera simpático). Sin duda los matices juegan en este debate una parte sustancial. No es lo mismo ser antipático que insultar. Pero a nadie se le puede obligar a otra cosa que a ser un buen profesional. Es algo que curiosamente no ocurre en otros ámbitos, como por ejemplo la literatura donde abundan Malamadres de la magnitud de, por ejemplo -y sin citar a otros vivos que seguro están en la mente de todos- un Quevedo, siempre alternando la pluma con la espada para hacerle un roto en la piel o en el honor a quien osara cruzarse en su camino.
Nuestra sociedad parece empeñada en tener falsos héroes esféricos en su perfección, seres irreales sin esquinas ni sombras, cuando lo cierto es que las debilidades y cómo las afronta son parte esencial del carácter de un verdadero triunfador. Y pienso en Shackleton, en Messner o Bonatti, grandes aventureros y exploradores que pasaron a la historia pese a no destacar por su cordialidad. Y quiero acabar con una frase de Gregory House, un tipo antipático que, a pesar de ello, se ha ganado las simpatías de la audiencia: "¿Preferiría un médico que le coja la mano mientras se muere o uno que le ignore mientras mejora?". Yo, doctor, prefiero que mi equipo gane.