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El Racing ni es un club ni una S.A.D.

El problema es que no sé exactamente cómo definirlo. No es, tampoco mes que un club. Ni menos. Ni lo otro que están pensando. Formalmente, para que lo tengan claro fuera de Cantabria, es una Sociedad Anónima Deportiva en la que un accionista, una sociedad instrumental llamada Dumviro Ventures, tiene el 84% de las acciones. Teóricamente, por tanto, tienen toda la potestad para hacer y deshacer. Pero no lo hace. No ejerce. En su día compró, a petición del Gobierno de Cantabria (7 millones en metálico y otros 7 de subrogación de un crédito participativo), pero desde que el grupo madre, la empresa madrileña de construcción Silver eagle, pasó por un concurso de acreedores, ni está ni se le espera.

En el Racing, no lo duden, manda Pernía. Un caso único. Ni ha puesto un duro en acciones ni cobra del club. Es un empleado de la constructora que a veces recuerda a esos japoneses que se quedaron abandonados en perdidas islas del Pacífico y treinta años después de acabar la guerra seguían luchando por el emperador. La propiedad no puede (ni quiere) poner ni avalar y desde hace tres años Pernía, Bedoya (su mano derecha) y un par de fieles más, abandonados a su suerte, pelean por sobrevivir en Primera y no quebrar. Y, no se sabe cómo, lo van consiguiendo. Las dos cosas. Y que dure.