Una fórmula con síntomas de fatiga
Mucho hemos hablado esta temporada de cuáles son las claves de que un mismo país, España, vaya a ganar todos los títulos en juego del mundial de motociclismo, algo que va a suceder por primera vez en la historia: una red de circuitos modernos y muy seguros; un campeonato nacional que adiestra e instruye a nuestros pilotos más jóvenes de manera sobresaliente; una cultura de esponsorización heredada y mejorada de aquel plan ADO que ayudó a catapultar al deporte español desde los JJOO de Barcelona; un país con una climatología idílica para montar en moto; una Federación innovadora y profesionalizada; unos medios de comunicación que se han volcado con este deporte, etc... Todo parece estar planeado con una precisión matemática y no tiene pinta de que vaya a ser una cosa de uno o dos años, no hay más que mirar la clasificación de 125cc, cantera del mundial, en donde entre los seis primeros hay cinco españoles, lo que hace barruntar un dominio de España para los próximos diez años.
A día de hoy puede parecer que vivimos en un momento idílico, yo lo creía, pero ayer me di cuenta que el monopolio español puede ser contraproducente: me daba igual quién ganase, no había emoción, no me mereció la pena levantarme a las cuatro de la mañana para ver una carrera que sabía cómo iba a acabar. El rango de campeonato del mundo exige a los organizadores, que para más inri también son españoles, una competición cosmopolita, en donde estén representados el mayor número de países, pero no de manera testimonial con pilotos de media tinta para rellenar parrillas, sino con garantías, con gente de calidad. La situación exige a la FIM y DORNA ponerse a trabajar muy en serio, exportar a otros países nuestra fórmula y acabar con el actual monopolio, de lo contrario esto acabará siendo un campeonato de amiguetes sin trascendencia ni mérito alguno.