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Yo quería ser Arteche

Fue contra el Betis. Llovía en el Manzanares. El Atleti perdía. Y en abrir y cerrar de ojos, Arteche marcó dos goles, algo extraordinario, y dio la vuelta al marcador. El jolgorio fue mayúsculo en la grada. Hasta el punto que al celebrar el tanto de la victoria se venció una de los tiras de cemento (aún no se había oído hablar de la aluminosis) de la grada de preferencia, por los botes de los cuatro colchoneros que saltaban de alegría. El Atleti ganó. Fue por aquel entonces cuando Arteche debutó como internacional en la absoluta.

Sabíamos que había superado el primer arreón del cáncer, pero que luego le volvió a coger la espalda esa "larga enfermedad" de la que siempre se habla para explicar lo inexplicable de que un hombre presida la sala de un tanatorio a los 53 años. Esta primavera, antes de la final de Hamburgo, el Piku (Francisco Javier Díaz, jefe de sección del Atlético en AS) montó una maravillosa comida en el Asador Donostiarra con los últimos finalistas europeos del Atlético. Allí estaban muchos de los que perdieron la final de la Recopa contra el Dinamo de Kiev en Lyon en 1986. Sabíamos que Arteche ya andaba más que pachucho. Pero su vitalidad y jovialidad contagiaba la mesa. Su enorme sentido del humor disimulaba su debilidad física, que se percibía en su cuerpo de aguerrido centralón. Los Julio Prieto, Ruiz, Rubio, Quique Ramos, Mejías Pedro Pablo y compañía, en aquella sobremesa primaveral, hablaban como si todavía compartieran vestuario. Buscaban entradas para la final de la Europa League y se quejaban, sin rencor, de que el club no les había invitado a estar presentes en Hamburgo.

Arteche fue el primer opositor a Gil. Se enfrentó al ex presidente como capitán y luego lideró la Asociación Neptuno en los despachos. En los últimos tiempos seguía siendo crítico, pero su interés siempre era el bien del Atlético de Madrid, club al que amó y representó siempre.

Para los centrales de la cantera, que soñábamos en cada entrenamiento en los campos de arena del Cotorruelo llegar al primer equipo, Arteche era un modelo. Era duro y expeditivo y noble, como debe ser un defensa. Y conocía sus limitaciones. Con unas condiciones técnicas escasas se defendía en la elite con honradez y honor. Consiguió ser y siempre será un símbolo del Atlético de Madrid.

En el verano que pasaba del infantil (lo que ahora es cadete) al juvenil, estuve en Falmouth, al sur de Inglaterra, cerca de donde cayó derrotada al Armada Invencible, aprendiendo inglés. Mi madre me mandó una carta con una página del diario AS (hace poco la tuve en mis manos en uno de esos deliciosos viajes de ida y vuelta de las pequeñas cosas) en la que aparecía un equipo tipo del Atlético para aquella temporada 87-88. Sobre la cara de Arteche mi madre había pegado una foto mía y hacía pareja de centrales con Andoni Goicoechea (entonces se escribía así). Nunca llegué a llevar el cuatro del primer equipo. Pero aquel verano del 87, aquella pretemporada, me sentí Arteche.