Amaya Valdemoro, mucho más que una gran jugadora
Metió Amaya Valdemoro la última canasta y el final fue de película made in Hollywood. No podía ser otra. La gloria, este bronce histórico, hubiera sido mucho más difícil sin la nacionalización providencial de Sancho Lyttle o el desbordante talento juvenil de Alba Torrens, la Amaya que viene, pero habría sido sencillamente imposible sin la gran capitana, la mujer con el toro tatuado en el talón que lleva años demostrando ser capaz de cualquier cosa. Cualquiera: debutar en Primera con 16 años y en la Selección con 17, ganar seis Ligas, seis Copas y una Euroliga, triunfar en la WNBA (tres anillos con Houston), liderar a España hasta cuatro medallas europeas y una mundial durante esta increíble edad de oro y, de propina, ser campeona de Madrid de lanzamiento de peso y ganadora de un concurso de traseros en Texas. Sí, en serio. La que nace ganadora, lo es hasta las últimas consecuencias.
Esa Amaya indomable resultó vital en cuartos de final contra Francia cuando, durante tres cuartos horribles magnificados por la lesión de Lyttle, mantuvo ella solita a España dentro del partido, haciendo posible la inesperada remontada in extremis cerrada, cómo no, por una de esas bandejas tan suyas: allá que voy, páreme quien pueda, nadie puede, dos puntos sobre la bocina, qué grande eres. Y en semis, pese a ir 25 abajo y estar en peligro el partido por el bronce, regresó a cancha tras una torcedura de tobillo que hubiera tenido al común de los mortales una semana con hielo en el sofá. Pero no a ella. Nunca y menos ayer. Y así, España rompió una de las escasas barreras que le quedaban y Amaya gritó al mundo lo que debiera ser obvio: que es una de las mejores deportistas de nuestra historia. Enorme.