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El valor del triunfo y de los sueños

Aquel territorio llevaba más de un siglo siendo un misterio. Varios, tan valientes como avezados en otras exploraciones similares, intentaron desvelarlo, conquistarlo, fracasando invariablemente. Derrotas que no hicieron sino engrandecer el mito hasta convertirlo en el gran reto de los apasionados de las matemáticas. Porque es de esa ciencia de lo que estamos hablando. En concreto, de la conjetura de Poincaré, que tiene a las tres dimensiones de la esfera como protagonistas del misterio a desvelar. Ahí dentro es donde se han devanado los sesos grandes matemáticos durante un siglo para lograr convertir esa conjetura en un teorema demostrable. Un logro que además estaba premiado por el Instituto Clay de matemáticas con un millón de dólares desde el año 2000. Nadie podía imaginar que iban a tener que entregarlo tan pronto. Porque en 2002 un matemático ruso, Grigori Perelman, colgó en una página web la solución al famoso y longevo enigma.

Pero Perelman no quería el dinero ni los honores que le esperaban. Simplemente, había logrado desentrañar el misterio y para él eso era suficiente. Así lo demostró una vez más cuando, hace unas semanas, no acudió a París a la ceremonia en la que iba a ser agasajado con el premio en metálico y los parabienes del universo matemático todo. No han faltado los comentarios sobre si Perelman es un raro que vive enclaustrado con su madre y su hermana, un tipo desastrado que no se corta el pelo, la barba o las uñas. En definitiva, miopes comentarios sólo válidos para quienes no pueden comprender que la mejor recompensa para algunos es el cumplimiento de los propios sueños. El prestigioso matemático Michael Atiyah ha declarado que "Grigori Perelman es el montañero que alcanzó esta cima del mundo de tres dimensiones".

Esta comparación me hace pensar en otros aventureros que, como Perelman, vivieron y viven para desvelar misterios y enfrentar desafíos, sin importarles honores ni premios. Como el británico Eric Shipton, a quien no le afectó el verse apartado de la conquista del Everest en 1950 tras liderar una expedición previa que dibujó el camino que llevaba a la cumbre. Shipton continuó explorando nuevas cimas y territorios de todo el mundo porque eso era lo que le motivaba, igual que a mi amigo Walter Bonatti, a quien se le hurtó la cima del K2 pero no el convertirse en uno de los mejores de la historia de la escalada y la exploración. Gentes como Shipton, Bonatti o Perelman son las que Bretch calificaba como "imprescindibles" porque hacen de su vida una lucha sin fin.