Apó Alí, un pastor del Karakorum
Mi viejo amigo Apó Alí vive en una cabaña de piedras por cuyas rendijas se cuela el aire y la lluvia, en medio del Karakorum a unos 4.000 m. de altitud. La palabra Apó, que también me aplican los amigos baltíes, es la constatación de que te estás haciendo mayor, pues la anteponen a tu nombre cuando tienes alguna cana. Pero es también una especie de título honorífico que se concede a quienes ya han vivido lo suficiente para haberse hecho perdonar los pecados de soberbia de la juventud. Algo que, por otro lado, es recurrente en todas las sociedades sabias y antiguas, desde los griegos y romanos y de donde viene esa costumbre de reservar a los mayores, el senado, el gobierno de la cosa pública, pues, como canta Sabina, vamos creciendo con más dudas, más viejos, más sabios y más primos. Algo que en nuestro país algunas empresas han olvidado, y deciden tirar por la borda la experiencia de miles de profesionales.
No ocurre así con los baltíes que habitan en estas tierras que contienen las montañas más altas y abruptas, los valles más profundos y los torrentes más despiadados, tanto que en estos momentos han provocado una de las mayores tragedias de Pakistán. En Hushé se respeta a los mayores, sus decisiones en momentos de conflicto son determinantes y todos van a pedir su consejo cuando tienen dudas y no saben qué hacer. Aquí la vida media de una persona no supera los 52 años y Apó Alí ya tiene 56 y apenas le quedan fuerzas aunque sus ojos brillan con una inteligencia vivaz.
Alí ya no puede ser porteador para las expediciones. Durante el verano, cuida de las 400 cabras y ovejas que le encarga todo el pueblo a cambio de una pequeña cantidad. Casualmente, hemos puesto nuestra improvisada pista de despegue enfrente de su cabañita y todos los días nos trae yogur y requesón. Yo apenas sé unas palabras de baltí y Apó Alí sólo sabe unas cuantas frases de inglés, pero con pocas personas me siento más a gusto charlando que con mi viejo amigo. Le conozco desde hace años y sé que tiene diez hijos y varios nietos. Ahora viene a pedirme, como siempre, ayudar para otros. Apó Alí nunca me ha pedido nada para él y ni siquiera me admite unas rupias por sus yogures. Quiere una mejor educación para sus nietos. Su tiempo se está acabando, pero este pastor del Karakorum es más sabio que algunos directivos que manejan grandes empresas.