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Ocho años nos separan de los kiwis

Para los más jóvenes ocho años es media vida; no para Pero Cameron. El tall black afronta en Turquía, con 36 años, su tercer Mundial consecutivo, una hazaña en Nueva Zelanda, porque antes de su aparición en la escena internacional el país sólo había disputado un campeonato, el de España 86. Luego, el desierto, hasta el 2002 en Indianápolis. En estos últimos ocho años Cameron ha reforzado con su aspecto esa imagen de pívot heterodoxo, bajito para jugar dentro y demasiado pesado para alejarse del aro. Nunca marcó diferencias por el físico, queda claro, y sí por inteligencia, puntería y visión de juego. Una aparición diferente en el parqué, como lo fue en la hierba del rugby la de su compatriota Lomu.

Recuerdo aquel septiembre de 2002 como si fuera ayer, también la envidia sana que me despertó la figura de Cameron y Nueva Zelanda, ¡en semifinales!, cuartos del mundo por delante de España. Era una logro mayúsculo, como el de los nuestros en Cali 82, pero de aquello habían pasado dos décadas completas. ¡Ni soñar entonces con ganar un Mundial! Y a la siguiente edición, zas, oro inopinado, y, luego, aluvión de medallas. Aquel deseo de emular a los kiwis se esfumó y, ahora, perder con Francia es una tragedia y no llegar a semifinales, un fracaso. A veces, ocho años sí es media vida.