Un clavo saca a otro clavo (o dos)
Justo cuando el Madrid empezaba a parecer un pueblo del Oeste dejado de la mano de Dios, sin Liga ni Champions, asediado por un poderoso ranchero acaparador de títulos, y huido el sheriff (Raúl) al amanecer por misteriosas razones que nadie comprende, aparece Mourinho y recoge la estrella para volver a lucirla orgulloso como John Wayne en el Río Bravo de Howard Hawks. Lo malo es que ahora hay que decidir quién es el borracho que se redime, quién es el viejete que vigila la cárcel y quién es el niño valiente de esta cuadrilla que se enfrenta a los malos de la película para defender al club ante el peligro de otra temporada en blanco. De momento, ya hay jovencito imberbe, a lo Ricky Nelson: es el momento de Canales.
Llega su tren en el mejor momento, libre de la responsabilidad de un veterano (Van der Vaart) o de una estrella mundial (Kaká, o su recuerdo), con el libro de la temporada por escribir y afronta una verdad futbolística: si juega, sólo puede crecer. En los malos momentos, y casi en los buenos, la afición quiere caras nuevas: los mismos que añoran a Raúl le hubiesen criticado por aburrimiento. Y, como en las historias de amor, un clavo saca otro clavo. En este caso, incluso a dos; por eso Canales, al que vemos descarado como un joven Raúl y con el aroma del mejor Guti, es el mejor regalo que el madridismo puede hacerse. Es el espejo de sus dos iconos perdidos y además, qué demonios, es hasta guapo.