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Despojado, incómodo, genial

Malditas sensaciones. Al final han sido ellas, esas punzadas en el corazón que su enemigo íntimo Pep Guardiola empaquetó y reinventó como "el feeling", las que han llevado al futbolista despojado, al jugador seco, áspero y puro que sólo se encontraba a sí mismo en un terreno de juego, a despedirse del Real Madrid. Por eso se marcha Raúl; bueno, por eso y porque el club blanco no le pide que se retire en su casa, como debería.

Si la vida es injusta, el fútbol más: todo futbolista cree merecer una prórroga en su adiós. Por eso ayer, en un acto frío y vulgar, nada acorde a la categoría de Raúl ni a la gloria de que presume el Real Madrid, su rostro revelaba esa incomodidad sincera que le definió siempre, la del profesional que nunca se relajó, que disfrutó de su profesión a su manera doliente, sufriendo. Llevó de nuevo la carga de un futbolista incómodo de ida y vuelta: no sólo para sus contrarios, que le temieron por inteligente, por imprevisible; sino también para él mismo: siempre quiso más, nunca se sintió satisfecho ni siquiera encontró un look con el que sentirse a gusto, aunque no le hizo falta, porque esa insatisfacción bullía en su esencia, la de un genio que no respondía a los cánones de la estética (esos andares difíciles, trabajosos, esforzados) pero sí a los de la ética, y a los del misterio que le acompaña: ¿por qué el balón en el área siempre le cae a él?, preguntábamos. Volverá, dicen. ¿Y qué? Estamos tristes: Raúl se marcha, nos hacemos más viejos.