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Un nudo de cordilleras y el imperio

Miro abstraído desde la ventanilla del avión que me lleva a Islamabad las cordilleras más grandiosas de la Tierra, veladas por las nubes monzónicas. Acabo de terminar un viaje asombroso a lomos de una dura moto germánica, empeñada en mantener el tipo más dignamente y averiarse menos que un servidor, recorriendo 3.000 kilómetros del altiplano tibetano y el desierto de Taklamakán, de resonancias legendarias desde los tiempos en los que Marco Polo utilizaba como medio de transporte los no menos duros camellos bactrianos. Intento recordar cuántas veces he dirigido expediciones a las montañas que ahora intuyo diminutas ahí abajo y cuyos nombres son sinónimo de historia y aventura: las cordilleras del Karakorum, el Himalaya, el Hindu Kush, el Pamir, el Kunlun y el Thien Shan, y en el horizonte se pierden el altiplano del Tíbet y las estepas y desiertos de Asia Central.

Aquí se sigue jugando el mundo su futuro, como en los tiempos del "Gran Juego". El nuevo imperio chino extiende sus tentáculos hasta los confines del Xinjiang, imponiendo con puño de acero sus leyes. Policía y militares recorren las calles de Lhasa y Kashgar, donde hace pocos meses se registraron episodios violentos. Aquellas legendarias ciudades de la Ruta de la Seda el proceso de "chinización" las ha convertido en ciudades vulgares, sin alma. La parte antigua de Kashgar está siendo demolida sin que sirvan de nada las protestas internacionales. Lhasa, aquella ciudad que fue idealizada por los exploradores occidentales es hoy, tristemente, una quimera. Aquella Lhasa ya no existe. Sin duda podrá discutirse si lo que han traído, por la fuerza, a los tibetanos, era inevitable y es el de verdad el progreso.

Podrá argumentarse que ahora Lhasa y Kashgar son más modernas, más higiénicas, y además tienen Internet, eso sí, censurado. De la misma forma, habrá quien defienda que el chino es un pueblo más preparado y emprendedor que uigures y tibetanos. Pero nada justifica los estragos cometidos ni la violencia ejercida ni la falta de libertad que se respira. Nada justifica lo que han hecho, y están haciendo, en estos lugares. Además, en el Xinjiang los islamistas están ganado adeptos; es evidente el aumento de símbolos religiosos, y se han convertido en resistentes. Esa región bien pudiera convertirse en el talón de Aquiles de la nueva potencia china. Estos pueblos se merecen vivir en libertad, la misma que se respira en sus desiertos y en sus montañas. Es una exigencia que los países democráticos no debieran canjear por beneficios en las cuentas de la balanza económica con la llamada a ser la primera potencia económica del mundo.