Una luz en el callejón del 8
En el universo de los números, el 8 ha tenido mala suerte en el reparto. Por no ser no era ni primo. Y en lo futbolístico estaba tan oculto en la oscuridad (el callejón del 8 fue siempre lo máximo a lo que aspiró) que no formaba parte de la nobleza que comparten el 1 del guardameta, el 9 del ariete y el 10 de los cerebros. Ni siquiera podía hacerse fuerte en una parcela con vistas al área como el 11 del extremo izquierda.
Pero ha llegado Xavi, frente al otro 8 del Mundial, Özil, y ha colocado este número en el panteón de los iconos futbolísticos universales. El metrónomo Hernández encontró espacios entre las líneas alemanas más recias desde Verdún, convirtiéndose en el Señor Lobo del Pulp Fiction semifinal: tocó, salió, ordenó y resolvió problemas. España, que había creado un estilo entre los cafeteros, necesitaba universalizarlo alcanzando una final del Mundial, peldaño mínimo que requiere pasar a la historia, superando los pies de página heróicos de Zarra, el Buitre, la nariz de Luis Enrique y los sudores de Camacho, para alcanzar el titular de portada: al mundo ya no le da igual ocho que ochenta.