Historia de un brazalete en usufructo
Ya estábamos a punto de pedir que los barras del fondo, los que se pasaron el partido saltando, esos que parecían de atrezzo, saliesen a jugar para animar el cotarro y así desmentir al negro Obdulio Varela (ese genio que dijo: "Los de fuera -los espectadores de Maracaná en el Mundial del 50- son de palo"), cuando, entre bostezo y bostezo, gol de Alemania. Perdón, de Demichelis, que por algo juega en el Bayern. Estábamos incluso a punto de pedirle a Messi que devolviera el brazalete, casi protestando porque le venía grande, cuando apareció Pastore (ya se había ido Karagounis, un grande), y los de azul empezaron a asociarse y a despejar el tapete.
En realidad, el brazalete es de Maradona, pero la FIFA no le deja llevarlo y él se lo dejó ayer en usufructo al 10. Diego sigue respirando como un futbolista, sigue siendo el capitán que protesta hasta los saques de banda, y por eso Argentina no tiene entrenador, sino que tiene al futbolista número 24 en malas condiciones para saltar al campo, así que se queda en el banquillo, con Palermo. Diego no valía ni para la parodia cinematográfica del Míster Peregrino Fernández de Osvaldo Soriano, pero ha aprendido algo en Sudáfrica: se ha dado cuenta de que ganar el Mundial como entrenador también es bueno para él. Hasta ahora, se medía a los futbolistas, se comparaba con ellos, veía peligrar su trono, su instinto le pedía que Messi fracasara. La mejor noticia para Argentina, para el Mundial y para el fútbol es que Maradona por fin quiere ganarse a sí mismo.