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Un cariño que no es nada fingido

Del Bosque, un hombre recio y sencillo, ha querido huir del lujo de otras selecciones. Pueblo apartado del bullicio, residencia universitaria para convivir y, eso sí, máxima exigencia en las condiciones del campo de entrenamiento. Pero, además, ha dado con la tecla en cuanto al carácter de los que habitan en Potch. Entusiasmo sin alharacas. Se pudo comprobar en el recibimiento. No hubo agobios, ni se desbordó la pasión, si descontamos la que pone el propio alcalde de la localidad. Aquí han entendido que hay que dejar tranquilos a los jugadores y que el apoyo les llega luciendo los colores de nuestra bandera. Algo muy parecido a lo que vivimos hace dos años en el pueblecito alpino de Neustif, durante la Eurocopa.

El primer gesto de nuestra Selección fue utilizar el pequeño aeropuerto de Potch, cuando casi habrían tardado menos en hacer los 100 kilómetros que nos separan de Johannesburgo por carretera. Lo mejor del recibimiento llegó con las danzas tribales a la puerta del hotel. Ya fue lo más comentado el pasado año, cuando estuvimos en la Copa Confederaciones. Y es que los sudafricanos llevan el ritmo en el cuerpo y lo de bailar les chifla. No nos llevamos el premio al recibimiento más multitudinario. Mejor no hacer ruido.