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Un ejército venido del pasado

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Escribo estas líneas desde el Tíbet, a miles de kilómetros de donde se encuentra la tumba de quien pusiera las bases de un imperio antecedente de la actual China, a la que Tíbet pertenece como territorio autónomo, y que estos días es noticia en nuestro país. Ramsés II, Alejandro de Macedonia, Carlomagno, Quin Shihuang. No creo equivocarme si afirmo que de estos cuatro personajes, todos ellos forjadores de grandes imperios, el que nos resulta menos conocido a la mayoría es el último. Sin duda, ayuda a ello que viviera hace más de dos milenios y lo hiciera en la remota China, territorio desconocido durante tanto tiempo para nuestra cultura, tan proclive a dejarse hipnotizar por el propio ombligo. Sin embargo, algo está cambiando. En estos días es noticia el emperador Quin, que vivió en el siglo III a. C., por uno de sus asombrosos legados: un ejército de terracota.

Un auténtico tesoro arqueológico que muchos no dudan en calificar como la octava maravilla del mundo. El equipo de especialistas encargado de su excavación y conservación acaba de ser galardonado con el Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, un galardón con el que se quiere poner de relieve los muchos años -desde su descubrimiento en 1974- de trabajo riguroso que hoy nos permite disfrutar de este Patrimonio de la Humanidad, como así lo declaró la UNESCO en 1987. Más de siete mil figuras de tamaño natural -soldados y caballos fundamentalmente- realizadas en terracota forman este ejército destinado a acompañar y proteger al emperador Quin en la otra vida. Lo que más asombra de este yacimiento cuando lo visitas es que lo forman miles de soldados con personalidad, pues ninguno es igual a otro. Cada uno de ellos tiene rasgos diferenciados, su propio rostro, su peculiar forma de llevar el pelo o sus armas, estas sí, reales para dotarles de mayor verismo. Anonada la fuerza que emana de esas figuras, fruto de la voluntad de un emperador que no se resignaba ver cómo lo que había logrado -unificar por primera vez el imperio chino y tenerlo sometido bajo su férreo puño- se desvanecía a su muerte.

De alguna manera, el emperador Quin puede estar tranquilo, pues lo que él cimentó sigue vivo dos mil años después. Y creciendo, como saben por propia experiencia los habitantes del Tíbet que estoy visitando y los de muchos países africanos. El Príncipe de Asturias al yacimiento es otra prueba más de cómo su ejército de barro sigue avanzando desde su milenario pasado para simbolizar el genio y poderío de este nuevo gigante global que es China.

Sebastián Álvaro, creador de Al Filo de lo Imposible