Adiós vulgar de un tipo mediocre
Federico Souza. No olviden nunca ese nombre. Ni olviden al personaje que se esconde tras esa cara aniñada. La gobierna una serena mirada de intenso azul coronada por una calvicie que casa mal con sus treintaypocos. Su nombre, Federico, anuncia más. Le viene grande. Trajes del montón, ni caros ni baratos. De entretiempo, dicen. Sin empaque luce el saco con despectivo trato funcionarial. Se presentó con camisa celeste, corbata azul metálico y traje de tres botones gris mezclilla. Ni Príncipe de Gales ni ojo de perdiz. Enemigo de los sastres, sospecho, al liberar la camisa de la corbata se refugia en un azul hospitalario e impersonal. En la solapa un escudo del Xerez. Pero no es detallista, la ausencia de gemelos le delata. Corona el traje con zapatos marrones, vulgares, indeterminados. Ni ingleses, ni italianos.
No se le adivina un reloj exclusivo en la muñeca ni un móvil de última generación al oído. No hay maletín, ni pluma estilográfica que aventure grandes contratos por firmar. Se acompaña de otro joven al que no le explicaron el tallaje de las mangas de camisa. Con él alterna por sitios de moda con envidiable desahogo. Habla poco, pero sus discursos, como sus trajes, también resultan insulsos. Podría uno cruzarse con él mil veces sin reparar en ello. Sin caer en la chabacanería de Morales ni en la ordinariez de Oliver, comparte con ellos la obscena fijación por aparentar: "Por plata no será...". El adiós de Federico, tipo mediocre, es vulgar. Regresa Joaquín Morales...