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El valor de un aventurero

Saber por qué haces lo que haces, cuando se pone en juego el propio pellejo y el de gente a la que aprecias, es una de las dudas que más suelen intrigar a los no iniciados. De hecho, es una pregunta que no suele faltar en mis encuentros públicos. Y, supongo, es la que a muchos de ustedes les gustaría hacer a José Tomás tras la espeluznante cogida que sufrió en la ciudad mexicana de Aguascalientes. ¿Por qué enfrentarte a una montaña en la que sólo te espera la incertidumbre y el peligro, grietas sin fondo, tormentas y un esfuerzo al límite de tus fuerzas? ¿Por qué enfrentarse a un animal que puede matarte, y más cuando ya te ha cogido una docena de veces? Me temo que la respuesta es tan sencilla y tan compleja como todo lo que tiene que ver con las pasiones humanas: a menudo incomprensibles, siempre fascinantes.

Pero esa incomprensión no impide que podamos admirar aspectos que todos compartimos porque forman parte de lo mejor de nuestra esencia. Estoy lejos de querer entrar en la polémica sobre la tauromaquia. No soy un aficionado a los toros, pero tampoco comparto ciertas críticas de los antitaurinos. Simplemente, soy un observador neutral que veo y juzgo sin prejuicios. Y lo cierto es que me resulta imposible no admirar a José Tomás y el valor que derrocha cada vez que se pone delante de un toro. Aunque, si me lo permite, creo que es el valor que dirige todos los actos de su vida. Y me resulta muy fácil comparar ese valor con el mismo del que se sirvieron hombres y mujeres para cambiar y enfrentarse al mundo, fuese Alejandro, Marco Polo, Magallanes o Mummery. Y es admirable porque ese valor es sinónimo de sinceridad, de compromiso, de voluntad de hacer las cosas como se deben; de ser coherente.

Tomás no se esconde detrás de subterfugios. Ofrece lo que es y lo que siente, obviamente desde su personal visión; un planteamiento que, creo, es fundamental para entender por qué se ha convertido en la figura indiscutible que es en el mundo taurino. Pero a mí me interesa mucho más la persona. En este mundo blandiblub, de buenismos de salón, en el que nada es lo que parece y casi nadie es como se muestra, resulta conmovedor, -y educativo y aleccionador- descubrir a personas que son tal y como se muestran, que son coherentes hasta el final. Y el final es, para los seres humanos, la posibilidad de morir por cómo se piensa, por cómo se es, por no doblegarse ante la comodidad de la mayoría, por ir contra la moda y contracorriente. Porque, por mucho que se haya dicho, José Tomás no pasará a la historia por ser un suicida inconsciente, sino por ser coherente.

Sebastián Álvaro, creador de Al Filo de lo Imposible.