Atrapado por la montaña
Tolo Calafat no ha podido escapar del Annapurna. Se suceden las angustiosas preguntas sobre si no se pudo hacer más por rescatarlo de esa trampa en la que se convirtió la montaña que él, junto a Oiarzabal y Pauner, habían coronado. Y las respuestas no son sencillas porque estar a más de 7.000 m de altitud en uno de los gigantes del Himalaya con peor estadística respecto a la supervivencia, es una situación excepcional e inimaginable para los que disfrutamos sin esfuerzo de todo el aire que necesitan nuestros pulmones.
Allí arriba el alpinista se encuentra prisionero: castigado por el frío y el viento, estresado por el esfuerzo y la falta de aire, deshidratado, incapaz de pensar con claridad, sin reflejos Y en estas condiciones tiene que actuar sabiendo que cualquier fallo puede ser el último. Nunca como allí arriba, donde se respira ese aire leve donde se encuentra "la sustancia de los sueños", la vida está escapándose de las manos. Todo esto vale tanto para el que se encuentra en dificultades como para los compañeros que tratan de rescatarlo. Es la realidad de la pasión por las montañas.