La lluvia nos regala otra gran carrera
Otra vez la lluvia nos ha regalado una carrera fantástica. Entiendo que los que están metidos dentro de un monoplaza prefieran un poco más de orden y tranquilidad, pero estos niveles de intriga combinados con tanto embrollo y jaleo son memorables, un gran barullo donde el talento del piloto y el acierto de los equipos son más importantes que en cualquier otro tipo de carrera. Ha ganado Button, el último gentleman driver de la F-1, un señor que a la chita callando, sin ruido, conquistó un Mundial el año pasado y lidera el actual. Por detrás, Lewis Hamilton, su polo opuesto en todo, un piloto escandaloso, tanto en lo bueno como en lo malo, un equilibrista que ayer impartió un master en adelantamientos y un curso de desvergüenza deportiva. Y es que necesita de Ron Dennis.
Lo de Alonso fue milagroso tras parar cinco veces. Si Enzo Ferrari siguiera vivo, hubiera gozado de lo lindo viendo al asturiano. Al Commendatore le gustaba ganar ante todo, pero si no se podía vencer exigía morir con las botas puestas, combatir hasta la extenuación. "Ningún hombre será el mejor si no tiene fuego en la sangre", decía el creador de Ferrari. Alonso transmitió ayer a los tifosi que su sangre hierve como la de Farina o Villenueve, los dos preferidos de Enzo. Y no me quiero olvidar de Alguersuari. Está creciendo de manera descomunal, sin darnos cuenta se ha metido entre los Schumacher, Barrichello y compañía; casi lo mismo que Rosberg, el chico que se hizo famoso por ser hijo de Keke, segundo de Hamilton en los karts y lugarteniente de El Kaiser. Y ahora aspira a ganar el título.