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Lionel Terray: conquistador de lo inútil

Bien. Parece que la parábola sobre Alejandro Magno en Gaugamela que ofrecimos desde este rincón la semana pasada al vestuario madridista no surtió el efecto deseado. Y ahora, tras la infausta derrota, se cierne sobre todos los que somos madridistas el fantasma de la depresión unido a la amenaza de una generalizada bajada de brazos, cuando en realidad todavía hay una oportunidad para hacernos con la Liga. Se impone espantar el peligro de esa nube negra -más peligrosa que Messi enchufado- con otra parábola igualmente verídica que anime a nuestros jugadores a seguir en la pelea. En esta ocasión, su protagonista es un escalador francés que perdió la gloria cuando estaba, literalmente, rozándola con los dedos.

Lionel Terray formaba parte de la expedición francesa que conquistó por primera vez en la historia de la humanidad una cumbre de más de 8.000 metros, el Annapurna, en 1950. Por su calidad, experiencia y determinación como alpinista parecía estar llamado a ser el conquistador de aquella cumbre. Pero el destino no lo quiso así. Cuando llegó el momento del ataque final, Terray se encontraba porteando en la pared y el turno de intentarlo pasó a Louis Lachenal, su inseparable compañero de escaladas, y Maurice Herzog, líder de la expedición. Ellos lograron llegar a la cima del Annapurna y pudieron contarlo gracias a que el propio Terray les ayudó a descender cuando ya se encontraban al límite de sus fuerzas. Cualquier otro se habría dejado llevar por la melancolía tras haber estado tan cerca del triunfo más grande para un escalador en aquel momento. Cualquier otro quizás, pero no Lionel Terray.

Convirtió aquel supuesto fracaso en el inicio de una asombrosa trayectoria que dejaría huella indeleble en la historia del alpinismo mundial y que él relató en una biografía que es ya un clásico de la literatura de montaña: Los conquistadores de lo inútil. Abre su mirada revolucionaria hacia otros macizos montañosos de todo el mundo como los Andes, donde escala por primera vez varias cimas como el Huantsan, el Nevado Pongos o el mítico Fitz Roy, donde llegó al límite de sus fuerzas y de su mente. Volvió al Himalaya realizando la primera ascensión absoluta al Makalu, de 8.463 m, en 1955. En 1962 lograría escalar el Jannu, un sietemil considerado todavía hoy como una de las montañas más difíciles del mundo, entre otros logros de una vida llena de talento e innovación. Terray viene a decir en su libro que los esfuerzos por conseguir retos imposibles no son algo inútil sino lo mejor y más noble que puede afrontar un aventurero, y por ende cualquier deportista. Lo único de verdad inútil es dejarse vencer por la derrota.

Sebastián Álvaro, creador de Al Filo de lo Imposible.