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Carlos Checa, el luchador incansable

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Conocí a Carlos Checa en su debut en el Mundial. Corría como invitado el GP de Cataluña de 1993 en 125cc, cuando mi bueno amigo y colega Pere Flores, de 'Catalunya Radio' me dijo que estuviera atento a un chaval, paisano suyo, con madera de campeón. Era joven e inexperto, me pareció abrumado por verse rodeado por quienes eran todavía sus ídolos, pero sobre todo me dio la sensación de ser un buen tipo. Con el paso del tiempo se instaló en los grandes premios, pasó por todas las categorías y se afianzó en la grande, primero 500cc y después MotoGP. No llegó a ser campeón del mundo, en eso se equivocó su mentor, pero lo que sí que supo hacerse un sitio entre los mejores y, sobre todo, demostrar que las motos eran su vida.

Una vida que estuvo a punto de perder con su grave accidente en Donington en 1998. Pero ni siquiera enfrentarse cara a cara con la muerte sirvió para que Carlos se arrugara. Y en ésas sigue. A los 37 años, con la ilusión de un debutante y soñando con hacer cosas importante en las Superbikes. Esa dedicación y esa pasión para mí tienen tanto valor como cualquier título, porque conseguir el éxito puede resultar circunstancial o casual, pero mantenerse en la brecha después de tantos años con la misma entrega que el primer día es algo que trasciende lo fortuito. Quizá este año tampoco logre su sueño de ser campeón del mundo, pero lo que nadie le podrá reprochar es su entrega en cuerpo y alma a la misión. Y eso también es de deportista, de persona, excepcional...