En picos, palas y azadones...
Podría haber sido en la cola del quiosco o en la barra del bar, ese territorio a medio camino entre el ágora griego y el laboratorio sociológico sobre nuestro carácter que tan bien suele retratar Forges. Un comentario admirado ante el habilidoso taconazo de Guti es inmediatamente contestado por alguien que le cae mal ese jugador por tal o cual aspecto negativo de su carácter. Es como despreciar a Quevedo por sus reconocidas -y peligrosas, pues era también buen espadachín- malas pulgas, pero tal menudencia no va a detener al inquisidor. Y lo que hoy vale para Guti ayer valió para Cristiano Ronaldo tras su repudiable codazo y antes de ayer para Maradona y antes para
Hay que ver lo que nos cuesta por estos lares reconocer el talento ajeno y lo arraigado que tenemos el deporte de tiro al que destaca. El gran Bonatti me lo explicaba cuando nos vimos en Madrid. Me adelantaba algo que, poco después, tuve ocasión de sufrir al ser despedido de TVE. "Tú que haces cosas grandes, no sólo por hacer grandes expediciones, sino en cuanto haces cosas que están llenas de valores, eso la gente no te lo perdona, porque si lo hicieran deberían reconocértelo. Así que prefieren "tallarte le gambe" (cortarte las piernas), así todo se iguala. Es la jodida ley de la jungla". Mi amigo Bonatti me hablaba por propia experiencia, pues hasta no hace mucho tiempo, el más grande alpinista italiano (junto con Messner) fue calumniado y perseguido. Precisamente en Italia parece que ocurrió el encuentro entre Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, y Fernando el Católico, quien, espoleado por consejeros envidiosos, le pidió cuentas de sus excesivos gastos. El Gran Capitán le contestó con un listado, desafiante por exagerado, en el que pormenorizaba el gasto, por ejemplo, de cien millones en picos, palas y azadones para enterrar a los muertos o por su paciencia para aguantar a quien había regalado Nápoles.
El listado histórico de nuestros ilustres golpeados por la envidia es tan abundante como bochornosa, sobre todo si la comparamos con países de nuestro entorno. Así por ejemplo, si el capitán Cook conoció la gloria en Gran Bretaña por su labor exploradora, Malaspina lo que conoció fue el calabozo y el olvido españoles. Mientras Wellington era elevado casi a los altares tras sus brillantes campañas contra Napoleón, por aquí fusilábamos al Empecinado o a Espoz y Mina. Y así podríamos seguir con científicos, literatos, cineastas o deportistas. Hasta hoy, que seguimos en lo mismo. A lo mejor si en vez justificarnos atacándolos, viésemos a los que destacan en una actividad como ejemplos en los que mirarse, nos iría mejor como sociedad.
Sebastián Álvaro, creador de Al filo de lo Imposible.