El teorema del koala y el paseante

El teorema del koala y el paseante

Propongo el siguiente experimento. Elija, amigo lector, a un corpulento paseante que camine a buen ritmo y agárrele de la gabardina durante unos segundos. Llegado el sopapo, tómelo como un servicio a la ciencia. Acto seguido, escoja a un caminante bajito que avance con paso ligero. Préndalo por el abrigo con la intención de detenerlo. Después compare sus nuevas lesiones con las anteriores. Advertirá que mientras el manotazo del fortachón aún escuece y hasta puede haberle fracturado el arco superciliar, la riña posterior apenas ha dejado más secuelas que las que tienen que ver con su ya maltrecho honor.

Podrá concluir entonces, amigo cobaya, que trae a cuenta placar a quien es más pequeño. Y comprobará al mismo tiempo que, aunque la intención de los paseantes fue idéntica (zafarse de usted, inesperado koala), sería injusto guardar más rencor a quien no cometió más pecado que comer más cereales y crecer como un árbol. Eso, o algo muy similar, ocurrió el pasado domingo en el Bernabéu y diez días antes en el Camp Nou. La diferencia radica en la corpulencia de los paseantes, no en su reacción. Y así reaccionan cuantos se sienten atrapados, ya sea en un contragolpe o camino del metro. En esta columna lo hemos comprobado y en sus carnes, fiel discípulo, lo ha sufrido usted.