¿Cómo pudimos hacerlo?
Esta es la pregunta que se hace en su libro Espejos el uruguayo Eduardo Galeano. Y lo hace con una mezcla de asombro por lo que éramos cuando nuestra especie daba los primeros pasos, haciendo de cada camino emprendido un destino, y estupor por lo que hemos llegado a hacer a este planeta. Sin duda es para asombrarse que unos animales más destinados a ser "bocado que boca... unos cachorros inútiles, adultos pocacosa, sin garras, ni grandes colmillos, ni patas veloces, ni olfato largo..." hayan llegado a habitar todos los paisajes, de la selva tropical al crudo ártico, al tiempo que hacían florecer una civilización capaz de vencer plagas, dejar memoria escrita de su paso por la Historia, explorar todo el planeta, salir al espacio exterior o pintar Las Meninas. Por ello mismo causa estupor que esa misma especie, por su torpeza, se encuentre inmersa en un desastre que amenaza su propia existencia.
Hace unos días que concluyó la cumbre de Copenhague sobre el cambio climático con unos resultados que para los optimistas son un principio desde el que comenzar a cambiar las cosas y para los pesimistas (esos optimistas informados) una nueva oportunidad perdida que sólo ha confirmado lo atinado de la pancarta desplegada por un grupo de Greenpeace infiltrado en la cena de gala: "Los políticos hablan. Los líderes actúan". Y es que da la descorazonadora impresión de que Copenhague ha sido otra Constantinopla, envuelta en discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles mientras el enemigo está a punto de derruir sus murallas. Podemos seguir discutiendo si es o no la actividad humana la causante del calentamiento global o incluso debatir si existe tal calentamiento, a despecho de las evidencias que nos salen al paso con sólo acercarnos a los menguantes glaciares de nuestro Pirineo o los cada vez más desérticos paisajes mediterráneos. Así que los hay que creen o no creen en el cambio climático, dependiendo de si se subvencionan o no formas de energía, que ocultan, en el fondo, grandes negocios pretendidamente ecologistas. Pero este es el momento de actuar, como individuos y como colectividad; tomando medidas, cada uno en la medida de sus fuerzas, y obligando a los que nos dirigen a que las tomen.
No sólo comportándonos de forma más inteligente, dejando de contaminar el aire que respiramos y el agua que bebemos, sino también luchando contra el hambre, la superpoblación y la injusticia. En nuestras manos está ahora mismo que nosotros y nuestros hijos tengamos un futuro. Pues poco más que un ratito tenemos de margen para responder antes de tener que lamentarnos preguntándonos: ¿cómo pudimos? Felices fiestas, de corazón.