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La infeliz generación perdida

El 15 de mayo de 1977, el Atleti se proclamó campeón de Liga. El 1 de junio, se celebró el homenaje a don José Eulogio Gárate, al que retiraba una maldita lesión de rodilla. Era el fin de una época. El 12 de julio nací yo. Tarde, como siempre. Sólo en lo que iba de década de los 70 habíamos levantado tres Ligas, dos Copas y una Intercontinental, además de rozar la Copa de Europa. En los 32 años posteriores, he podido celebrar cuatro Copas y una Liga. Si únicamente miramos el último decenio, los grandes logros han sido un título de Segunda y una Intertoto. La involución es evidente. Observo a mi padre, ya eterna y justamente indignado con su equipo, y echo cuentas. En sus primeros 32 años, él festejó cinco Ligas, cinco Copas, una Recopa y la Intercontinental. No me extraña su desesperación, pero es muy distinta de la mía.

La suya es real, basada en vivencias y en una cuesta abajo que ha padecido día a día, pero siempre le quedará París. La mía es por tradición oral, forjada por las historias que escuché a mi padre y a mi abuelo; porque puedes leer sobre hitos y leyendas, pero si sólo has visto mediocridad necesitas un testigo en primera persona para creértelas. ¿Cómo lograré transmitir a mis hijos la grandeza del Atleti si no la he vivido? No tendré ninguna prueba tangible. Por desgracia, quienes conducen este deportivo clásico como si fuera un 127 abollado no ven que están matando su gallina de los huevos de oro. Ni la curan, ni la dejan en manos más aptas. Así, el Atleti que salga de mi boca será mucho más pequeño que el que manó de mi padre. Y esta generación perdida a la que pertenezco será la última que sepa que una vez, no hace tanto, el Atleti fue realmente grande.