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Fernando Gómez, sentando cátedra desde la palabra

Hago lo contrario de lo que quiere Fernando. "Prefiero un artículo crítico que uno de elogio", me ha llegado a decir. Ésas son las turbulencias en las que se mueven los personajes mediáticos en nuestra Valencia periodística. Si le elogias creas celos en los otros jefes y recelos en los otros periodistas y si le criticas le hieres a él. Intento que me mueva la subjetividad más honesta, porque es loable intentar la objetividad, pero ésta no existe. Ayer dejó varios mensajes. El primero, que vuelve a apoyar a Unai, aunque a veces no haya estado de acuerdo con él o se haya sentido minusvalorado porque Llorente le ha hecho más caso al míster. Lo segundo, que fija el objetivo del equipo donde debe. No es un populista que meta presión innecesaria para ganar la Liga, ni se conforma con ser cuarto. Se exige estar en Champions y aclara que se ve pudiendo pelear con este Madrid (por su falta de cocción), pero se sitúa por debajo del Barça. Lógico.

No saca pecho de sus fichajes buenos (Mathieu, Dealbert y César). Y acepta sus errores (Carleto), posibles errores (Renan) o los que están por definir (Moyá). Su virtud, la supervivencia. Algo debió aprender en su etapa política. Y controla su protagonismo, sin sacar la patita cuando no toca. Cuando lo ha hecho ha sido oportunamente, para apoyar al entrenador en sus momentos difíciles o para apretar a los jugadores. Unai y Fernando han aprendido a ser pareja de convivencia y conveniencia. Les ha servido las guerras Pitarch-Benítez o Quique-Carboni. La cohabitación entre ellos es un cáncer que le han quitado al club. Que dure mucho.