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Las Tablas de Daimiel se mueren

El suelo arde bajo los pies. No me refiero al que pisan Rajoy o Pellegrini sino a las Tablas de Daimiel. Mientras lee estas líneas, este extraordinario humedal manchego vive la cruel paradoja de estar siendo destruido por el fuego. El pasado mes de agosto se descubrió que un fuego subterráneo consume la turba que forma su base. En realidad, nos encontramos ante la última causa de un desastre ecológico sin precedentes en nuestro país, tanto por la importancia de lo que está a punto de perderse como porque está pasando ahora mismo, ante nuestros insensibilizados ojos. No se trata de procesos de velocidad geológica que dan pie a discusiones, más o menos bizantinas, sobre hipotéticos causantes, como el cambio climático y la desaparición de nuestros últimos glaciares del Pirineo. Aquí el culpable está muy claro y no podemos mirar para otro lado ni escabullir nuestra responsabilidad diciendo que es culpa del vecino.

De hecho, la Comisión Europea ha abierto un expediente de oficio a España, y espero que nuestro gobierno explique cómo es posible que uno de los humedales más importantes de Europa, declarado Parque Natural y protegido por la UE como Lugar de Interés Comunitario y Zona Especial de Protección de Aves, lleve cinco años seco. Es de suponer que los responsables de dar cuentas a Bruselas no tiren de la "pertinaz sequía" como explicación. Porque aunque es evidente la falta de lluvia, no lo es menos que nadie ha hecho nada durante décadas ante los miles de pozos, muchos de ellos incluso ilegales, que son explotados y que literalmente han esquilmado el acuífero 23, sobre el que se asienta el humedal.

Y no es menos evidente que el Guadiana hace mucho que no nace en Los Ojos y que el Cigüela, el otro río que inundaba las Tablas, hace tiempo que vive de ocasionales trasvases desde el Tajo. Con el tirón de orejas comunitario ha llegado la consuetudinaria rebatiña entre responsables municipales, autonómicos y estatales sobre de quién es la responsabilidad de una tragedia que se adivina irreversible. Daimiel se demuestra como un ejemplo más de nuestra desafortunada política medioambiental que ha despedazado nuestros parques nacionales entre distintas administraciones, haciendo menos eficiente su gestión, igual que ha ocurrido en la educación o el urbanismo. Que la gestión sea más cercana al ciudadano no debería comportar más ineficacia, más corrupción y más recursos de las arcas públicas. Se ha perdido el norte cuando se ha dado propietarios a montañas y ríos, un caos en el que toda responsabilidad se diluye y hace imposible poner en marcha cualquier medida de rescate. Y mientras ellos discuten, las Tablas se mueren.

Sebastián Álvaro es creador de 'Al Filo de lo Imposible'