Álex Crivillé nos hizo muy felices

Álex Crivillé nos hizo muy felices

Hubo un tiempo, durante mi época de enviado especial de AS a los grandes premios, en el que llegué a creer que nunca conocería a un campeón español en la categoría reina del motociclismo, que entonces era la de 500cc (eso de MotoGP nos hubiera sonado a ciencia ficción). Lo intentaron algunos como Sito Pons, Juan Garriga, Dani Amatriaín o Juanito López Mella, pero todos con más pena que gloria. Hasta que apareció Álex Crivillé. Un chaval descarado, con un talento descomunal, todo un prodigio de precocidad y dispuesto a cumplir su sueño, que también era el de todos: conquistar la corona de la clase superior de los grandes premios. Tampoco parecía (ni desde luego lo fue) fácil, porque antes tenía que derribar un muro monumental que se llamaba Michael Doohan.

Pero 'Crivi', siempre tímido y discreto, como quien no quiere la cosa, empezó a apretarle las clavijas al australiano. Llegó a ganarle y, a partir de ahí, presionarle hasta hacernos creer que quizá el reinado de Doohan tocaba a su fin (algo parecido a lo que ahora ocurre con Rossi y Lorenzo). Y así fue. El pentacampeón se cayó, se hizo mucho daño y el catalán no desperdició su oportunidad. Aquella temporada 1999 yo ya no estaba en los circuitos, tomó el relevo Mela Chércoles, pero al menos sí que pude disfrutar de esa gesta histórica y heroica de Álex en Brasil. No era imposible. Crivillé lo consiguió. Y hoy, diez años después, sólo podemos decirle una cosa: muchas gracias, campeón.