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Freire nos quitó los complejos

Sólo a finales de 2010, cuando Óscar Freire guarde la bicicleta en el garaje y se despida del ciclismo profesional, nos daremos cuenta de lo que ha significado el cántabro para nuestro deporte. Nos hemos acostumbrado tanto a los éxitos, variados y encadenados, del fútbol y del baloncesto, de Nadal y de Alonso, de Gemma Mengual y de Marta Domínguez, que la borrachera de oro quizá no nos haya dejado analizar con frialdad el gran mérito de nuestro hombre-arco iris. Cuando Freire ganó el primero de sus tres Mundiales en 1999 en Verona, nos quitamos el único complejo que nos quedaba todavía sobre una bicicleta. Es cierto que Abraham Olano ya había vencido en Colombia en 1995, pero sobre un recorrido montañoso, nada que ver con esas clásicas que siempre se nos atragantaban.

Tan sólo Miguel Poblet, una rara avis entre tanto escalador ibérico, se había atrevido a tutear en estas pruebas a italianos y belgas a mitad del siglo pasado. Freire suma tres Mundiales, ha ganado dos veces la Milán-San Remo, el maillot verde del Tour de Francia, la Gante-Wevelgem... A su estela, Astarloa, Valverde o Samuel Sánchez han cazado clásicas. La Flecha Valona, la Lieja-Bastoña-Lieja o el oro olímpico ya son territorio conquistado. Hace diez años de aquel primer oro de Freire. Hace diez años de que Paco Antequera, no le olvidemos en esta historia, confió en un descarado cántabro que no quería ser escalador ni ganar el Tour, que amaba las clásicas y la velocidad del sprint. Te irás, Óscar, y te vamos a echar muchísimo de menos. Pero, gracias a ti, ya nunca más tendremos complejos.