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Un discurso que no habla de lo básico

Le agradezco a Miguel Ángel Gil que utilizara AS para comunicarse con la afición, aunque no me guste el método elegido. Lo suyo habría sido una entrevista, porque aunque el monólogo es mejor que el silencio, el diálogo no tiene rival. Tal vez, si se hubiera explicado ante un interlocutor pensante y no ante un teclado inanimado, sus palabras, bonitas y sentidas, pero populistas, habrían tenido más sustancia que estilo. Miguel Ángel culpa de todos los males del Atlético a los medios, los políticos e, indirectamente, al Real Madrid. Sólo le faltan los árbitros para señalar a los cuatro jinetes del Apocalipsis de la afición rojiblanca. Muy hábil. Sin embargo, no hay rastro de autocrítica y de las 864 palabras de su texto ninguna es Heitinga o Pitarch. Y esos son los temas que han originado una crisis absurda que vuelve a dar una triste imagen de esta institución legendaria.

Porque esta bronca no nace de un invento mediático ni de las injusticias de las SAD, que existen, pero no tapan una mala gestión: Valencia, Sevilla y Depor también lo son y han ganado títulos en estos años. No, esto viene del traspaso extraño de Heitinga, de las desafortunadas palabras de Pitarch, de la respuesta en caliente de Cerezo y, como caldo de cultivo de todo, de la desconfianza que existe respecto a unos dueños cuya legitimidad puso en entredicho la Audiencia Nacional. Pero Miguel Ángel prefiere obviar estos asuntos tan concretos y filosofar.

Comparto plenamente su deseo de "ser más felices y convivir en un mundo de paz y tolerancia", pero me temo que para los aficionados del Atleti esa felicidad pasa porque su equipo gane y eso es lo que le exigen al máximo accionista. No quieren un gurú espiritual, quieren títulos.