Badoer nos recuerda que esto de la F-1 no es nada fácil

Badoer nos recuerda que esto de la F-1 no es nada fácil

Me cuentan que Luca Badoer andaba ayer por Valencia buscando una peluca y unas gafas con bigote para intentar regresar a Italia. Y es que los tifosi de Ferrari deben de estar ruborizados con el papelón del sustituto de Massa. Y que conste que yo fui de los que no me escandalicé cuando en Maranello decidieron darle la oportunidad tras la espantá de Schumacher. Como él mismo explicó el jueves, ha hecho en un monoplaza rojo más kilómetros que los baúles de la Piqué y me parecía un gesto de generosidad darle el capricho a un hombre que llevaba diez años trabajando en la sombra. Pero está claro que me equivocaba. Aunque lo grave no es que lo haya hecho yo, sino que en Ferrari no hayan sido capaces de darse cuenta del mayúsculo error que estaban cometiendo.

Pero la desastrosa actuación de Badoer me lleva a la reflexión de que a menudo nos olvidamos de las enormes dificultades que encierra la Fórmula 1. Quiero decir que, a fuerza de la costumbre, nos parece normal lo que hacen estos chicos con estos coches con pinta de misiles. Y no lo es. Más bien lo contrario. No se trata sólo de intentar sacarle el máximo rendimiento a una máquina de precisión, también de gestionar la presión de un gran premio y controlar los innumerables imprevistos que pueden aparecer durante su desarrollo. Aquí la línea que separa la gloria del fracaso se mide en milésimas de segundos, en detalles como el fallo en los frenos del Renault de Alonso que seguramente le costó el podio que tanto anhelaba. Ésa es la grandeza de la F-1, ésa es su crueldad.